domingo, 30 de diciembre de 2012

Prólogo



E
l señor Walter Hicks había publicado un libro hacía un mes. En él hablaba de los alienígenos, y de cómo podrían pasar desapercibidos en la Tierra. Había causado sensación en la comunidad “creyente”.
Eran las 7 a.m. cuando escuchó tres golpes en la puerta de entrada. Como vivía solo, fue a recibir a quien había tocado. Se sorprendió al ver que era su vecino, Phillip. Casi nadie iba a visitarlo, así que se asombró. Cordialmente, lo hizo pasar al hall.
-Usted habló de cosas de las que no debería haber hablado. - dijo Phillip en cuanto su anfitrión cerró la puerta - Habló de alienígenos. Habló de cómo podrían camuflarse. Eso no está bien.
El señor Hicks no entendía nada. Nunca hablaba con nadie de su barrio, así que creyó que su vecino estaba alcoholizado.
-No, no estoy alcoholizado- advirtió el inesperado invitado-. Y sí, como está pensando ahora, puedo leer su mente. Su libro no nos agradó - ¿Nos? ¿De qué está hablando? ¿Está loco? - . No sabemos cómo descubrió todo eso que relata, si son investigaciones o suposiciones; pero decidimos tomar medidas.
En ese momento el cuerpo de Phillip comenzó a sufrir serias transformaciones. Su piel pareció  brillar y luego se volvió plateada, como si le hubieran echado una capa de hierro líquido encima. Su cabello y su ropa desaparecieron, dejándolo cubierto sólo de esa sustancia. Su brazo comenzó a alargarse, a hacerse filoso y puntiagudo. Lo dirigió hacia su anfitrión y luego, lentamente, recuperó su aspecto normal. Por último, abrió la puerta, atravesó el umbral y se fue de la casa.
El señor Walter Hicks yacía muerto en el suelo. Lo había apuñalado un alienígeno.

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