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l señor
Walter Hicks había publicado un libro hacía un mes. En él hablaba de los
alienígenos, y de cómo podrían pasar desapercibidos en la Tierra. Había causado
sensación en la comunidad “creyente”.
Eran las 7
a.m. cuando escuchó tres golpes en la puerta de entrada. Como vivía solo, fue a
recibir a quien había tocado. Se sorprendió al ver que era su vecino, Phillip.
Casi nadie iba a visitarlo, así que se asombró. Cordialmente, lo hizo pasar al hall.
-Usted habló
de cosas de las que no debería haber hablado. - dijo Phillip en cuanto su
anfitrión cerró la puerta - Habló de alienígenos. Habló de cómo podrían
camuflarse. Eso no está bien.
El señor
Hicks no entendía nada. Nunca hablaba con nadie de su barrio, así que creyó que
su vecino estaba alcoholizado.
-No, no
estoy alcoholizado- advirtió el inesperado invitado-. Y sí, como está pensando
ahora, puedo leer su mente. Su libro no nos agradó - ¿Nos? ¿De qué está hablando? ¿Está loco? - . No sabemos cómo
descubrió todo eso que relata, si son investigaciones o suposiciones; pero
decidimos tomar medidas.
En ese
momento el cuerpo de Phillip comenzó a sufrir serias transformaciones. Su piel
pareció brillar y luego se volvió
plateada, como si le hubieran echado una capa de hierro líquido encima. Su
cabello y su ropa desaparecieron, dejándolo cubierto sólo de esa sustancia. Su
brazo comenzó a alargarse, a hacerse filoso y puntiagudo. Lo dirigió hacia su
anfitrión y luego, lentamente, recuperó su aspecto normal. Por último, abrió la
puerta, atravesó el umbral y se fue de la casa.
El señor
Walter Hicks yacía muerto en el suelo. Lo había apuñalado un alienígeno.
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