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l piloto de
la nave caza se dirigió a la ciudad. Encontró una estación de policía abierta y
entró en ella. Apenas cruzó el umbral, todas las miradas cayeron en él.
- ¿Se le
ofrece algo… señor? – preguntó la recepcionista, pronunciando el señor de forma despectiva.
- Tengo que
advertirles. A todos. Yo vengo del futuro, derribé una nave alienígena que
transportaba cib-orgs (organismos cibernéticos) para… ¡Ay!
El joven
cayó inmovilizado. Un policía le había disparado con un arma paralizante.
- Estoy
harto de los borrachos y los locos. Éste debe haber venido de una fiesta de
disfraces – dijo mientras le señalaba su vestimenta a la recepcionista - , se
alcoholizó y empezó a delirar.
- ¡No estoy
loco! ¡Y menos borracho! ¡Digo la verdad! – masculló el aeronauta, pues tenía
la mandíbula aplastada contra el suelo.
Unos
segundos después, un hombre entró a la estación. Era alto y estaba bien
vestido.
Se acercó a
la mujer y le susurró algo al oído. Entonces ella, adoptando una actitud
extraña, le habló al oficial:
- Este
hombre dice que el borracho es su hermano.
- ¡No es cierto!
No lo conozco – soltó el piloto.
- Ya te
descubrimos. No escaparás – le dijo el hombre de traje al paralizado joven.
El oficial
no entendía nada, pero advirtió a tiempo que el recién llegado iba a extraer un
arma. Sacó la suya y le apuntó.
- ¡No se
mueva! – gritó el policía.
De todas
formas, el supuesto hermano extrajo la pistola. Era casi igual a la del
oficial, excepto porque el cargador brillaba con una luz azulada. Fue en ese
momento que el piloto se dio cuenta de lo que en realidad era. Ya libre de la
inmovilidad, se puso de pie de un salto.
-¡Alto o
disparo! ¡Los dos! – El policía se había puesto nervioso, y la mano que
sostenía la pistola temblaba visiblemente.
- Un humano
con un arma eléctrica no es amenaza para alguien como yo – se mofó el hombre de
traje. Pero no era un hombre. Abrió fuego contra el oficial, pero en vez de
escapar una bala, salió un rayo que le dio de lleno en el pecho. Cayó como si
fuera de plomo. Estaba muerto. La recepcionista se había desmayado. Ahora eran
solo el joven y el asesino.
Lentamente el último se despojó de su disfraz, y ese viscoso
cuerpo plateado quedó a la vista. El piloto fue más rápido que el alienígeno.
Tomó la pistola del desafortunado policía y disparó al ser. Arrojó el arma y
salió corriendo de la estación, sin rumbo alguno. Mientras, el cuerpo del
extraterrestre comenzó a actuar contra las heridas. Se cerraron despacio.
Un hombre
iba conduciendo su automóvil. De repente vio a un joven, vestido con ropa
militar, que estaba cruzando la calle en verde. Intentó frenar, pero ya era
tarde. Lo había atropellado.
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